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Jorge Alberto Gudiño Hernández

12/12/2015 - 12:00 am

Dar o no dar

Es fácil no conmoverse ante ese espectáculo. Sobre todo, porque se repite en todas las ciudades del país, desde hace demasiado tiempo. Es fácil no conmoverse, insisto. Yo mismo me he descubierto indiferente en muchas ocasiones. Cada vez menos.

Pobreza y vida cotidiana. Foto: Cuartoscuro
Pobreza y vida cotidiana. Foto: Cuartoscuro

Hace ya muchos años, un buen amigo fue a La India. Le sorprendieron los contrastes. Tanto, que un día, pese al poco dinero que llevaba, no pudo evitar darle unas monedas a uno de los leprosos mendicantes. Fue un grave error. A los pocos segundos, varios de ellos extendían sus manos mutiladas en su dirección, a la espera de que la caridad se multiplicara.

La semana pasada estuve en Guadalajara, participando en varias actividades de la FIL. Tuve la suerte de hospedarme en el hotel que está justo enfrente de la Feria. Desde la ventana de mi habitación, pude ser testigo de miles de personas esperando a que se abrieran las puertas. Cada vez que debía cruzar la calle, me topaba, en los escalones más bajos del exterior del hotel, a varios niños pequeños pidiendo dinero. El contraste era mayúsculo. Por un lado, el glamour de las falsas celebridades literarias, junto con presupuestos desmedidos para pagar viáticos, habitaciones de lujo y tragos costosos en el bar. Todo, sin menoscabo para la economía de la mayor parte de los autores, periodistas y personal de las editoriales. Por el otro, niños mendigando.

He escuchado muchas veces argumentos a favor y en contra de la limosna. Me quedan claros y no requieren demasiada elaboración.

Por un lado, parece ser mejor idea encausar los recursos que uno dispone para la caridad a instituciones bien establecidas. Darlos a unos cuantos, motivados por la compasión momentánea, puede agravar los problemas. Sobre todo, si se escuchan historias aterradoras sobre cierta clase de explotación infantil: la consistente en reclutar niños para hacerse de recursos y luego mantenerlos en las más precarias condiciones. Además, hacer que subsistan las clases bajas a partir de limosnas, exime al gobierno de su responsabilidad para los más desprotegidos. Por último, dentro de esta misma línea argumental, es posible que alguno de esos niños, que la familia entera, consigan un ingreso superior, durante los días de la Feria, que una buena parte de los asistentes.

En contraparte, los argumentos son más emocionales. Sobre todo el que tiene que ver con el hecho de darse cuenta de lo mal que están las cosas en el país. Es triste ver al alto directivo alemán haciendo cara de asco cuando una manita sucia se lanza hacia él. Es triste que existan esas condiciones de pobreza que, lo más grave, es que no son las peores.

Es fácil no conmoverse ante ese espectáculo. Sobre todo, porque se repite en todas las ciudades del país, desde hace demasiado tiempo. Es fácil no conmoverse, insisto. Yo mismo me he descubierto indiferente en muchas ocasiones. Cada vez menos.

Tal vez sea la edad, tal vez que mis hijos son pequeños y me cuesta trabajo visualizarlos así. Tal vez porque los extrañaba. No lo sé. El caso es que una buena parte de mis viáticos se fue a esas pequeñas manos. De ida y de vuelta. Porque cada que regresaba de la Feria, una mirada movía de nuevo mi voluntad.

No me hace sentir bien, por supuesto. Tampoco me supe culpable. Prefiero no caer en ese tipo de melodramas. Sé, sin embargo, que ciertos argumentos han dejado de bastarme. Mi amigo viajero me lo recriminaría: en La India mi destino sería acabar entre los muñones de los leprosos. Quizá. Lo cierto es que este país a diario duele más, y en más partes.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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